2020-05-26

“Alimentos para Chile: paliar el hambre y matar la dignidad”. Por Paulina Morales Aguilera

“El slogan de “Elige Vivir Sano”, muestra aquí y ahora toda su falsedad subyacente. Para poblaciones en condición de pobreza, o en situaciones de alta precariedad vital que -producto de una crisis como la que estamos viviendo- les impide proveerse de alimentos por sí mismos, vivir sano no es una elección, sino solo una utopía.”

Por estos días el gobierno ha comenzado la entrega de cajas con alimentos a las familias más afectadas por las consecuencias económicas que ha traído aparejada la crisis sanitaria por el Covid-19, bajo el lema “Alimentos para Chile”. Según palabras del propio Presidente, se trata de una campaña destinada a “las familias más vulnerables y la clase media necesitada” e incluye “productos de primera necesidad.

La caja contiene elementos que claramente son insuficientes tanto en cantidad como en calidad. Desde luego, son nutricionalmente deficientes, a la vez que contradictorios con las orientaciones que el propio gobierno promueve a través del Departamento de Nutrición y Alimentos del Ministerio de Salud (Minsal), cartera que, según se lee en su sitio web, “tiene en este ámbito como objetivo proteger la salud de la población fomentando hábitos alimentarios saludables y asegurando el consumo de alimentos inocuos y de buena calidad nutricional” [1]. Allí también se exhibe un dibujo muy gráfico de lo que debe contener una alimentación saludable, a partir de la clasificación de los distintos alimentos en seis grandes categorías o grupos: 1) Frutas; 2) Verduras; 3) Lácteos; 4) Carnes, legumbres y huevos; 5) Granos; 6) Aceites. Junto con esto, establece las proporciones en que deben ser consumidos los alimentos pertenecientes a cada grupo. Así, las frutas y verduras debiesen componer el 50% de la dieta [2]. Más aún, las nuevas Guías Alimentarias para la Población Chilena, aprobadas por el Minsal y vigentes desde 2017, incorporan, entre otras, las siguientes recomendaciones: “Come 5 veces verduras y frutas frescas de distintos colores, cada día”; “Para fortalecer tus huesos, consume 3 veces al día lácteos bajos en grasa y azúcar”; “Para mantener sano tu corazón, come pescado al horno o a la plancha, 2 veces por semana”. Estas guías, once en total, son fruto de una investigación realizada por el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA), de la Universidad de Chile, en coordinación con el departamento ministerial antes mencionado [3].

Claramente, ninguna de estas orientaciones se refleja en el contenido de la caja que ha comenzado a entregarse en los hogares más pobres. En los campamentos, derechamente no se cumple prácticamente ninguna de las guías, partiendo por la número 10 que indica: “Para mantenerte hidratado, toma 6 a 8 vasos de agua al día.”

Ciertamente se trata de nutrición de subsistencia, o sea, no para vivir sano, sino para sobrevivir. El slogan de “Elige Vivir Sano”, muestra aquí y ahora toda su falsedad subyacente. Para poblaciones en condición de pobreza, o en situaciones de alta precariedad vital que -producto de una crisis como la que estamos viviendo- les impide proveerse de alimentos por sí mismos, vivir sano no es una elección, sino solo una utopía. En el paraíso del neoliberalismo se incumple incluso una de las máximas de esta doctrina, como es la libertad para elegir qué bienes o servicios se escogen de entre los disponibles en el mercado. La ley de la oferta y la demanda no funciona para esta parte de la población. La ilusión de libertad es una farsa. No pueden elegir vivir sano porque no tienen capacidad de elección, lisa y llanamente.

No obstante, asumir que se trata simplemente de comida para pobres deja fuera otras aristas del tema aún más complejas y dolorosas. En efecto, lo que estas cajas contienen no es muy distinto de lo que lo que estas familias adquieren en sus compras habituales de mercadería, porque con empleos precarios y/o informales, que muchas veces dependen del trabajo diario para la subsistencia, no es mucho más ni mejor que aquello a lo que pueden acceder por cuenta propia. Se trata de una parte de la población que compra en supermercados populares de bajo costo, escasa oferta y dudosa calidad de sus productos en términos de la seguridad alimentaria, como Superbodega A Cuenta, Mayorista 10 o Alvi. No casualmente, este tipo de establecimientos tiene fuerte presencia en comunas como Lo Espejo, Pudahuel, Cerro Navia, Estación Central, Puente Alto, La Granja, La Pintana o San Bernardo, todas ellas con altos índices de pobreza multidimensional, según datos del Ministerio de Desarrollo Social [4]. Basta mirar los catálogos en línea de estos comercios para hacerse una idea de las deficiencias nutricionales de sus productos, muchos de ellos vendidos al por mayor para abaratar aún más los costos a las familias.

Entonces, la lectura puede ser todavía más lapidaria: el gobierno ha adquirido y entregado cajas de alimentación típicas de familias pobres justamente a esas familias. No ha hecho ningún esfuerzo por entregar algo de mejor calidad y cantidad a aquellas familias que más lo requieren, menos aún de ofrecer una alternativa sostenible en el tiempo. Se ha limitado a entregarles un apoyo a la altura de sus necesidades de sobrevivencia para-diríase con crudeza- matar el hambre. Esta es exactamente la respuesta gubernamental frente al estremecedor lienzo que portaban los manifestantes en la comuna de El Bosque hace unos días: “Si no nos mata el virus nos mata el hambre”.

Sin embargo, también existía la posibilidad de que el gobierno brindara una respuesta dignificante, respetuosa y sostenible. Visto lo visto, es lícito pensar que en la decisión sobre el contenido de estas cajas late uno de los miedos atávicos del ideario liberal: que los ciudadanos puedan terminar acostumbrándose a vivir del Estado, ya sea por recibir un subsidio o alimentos. De hecho, así lo señaló una diputada de la coalición gobernante, sin que nadie en Palacio lo negara. Sus palabras fueron un acto no fallido que verbalizó lo que muchos piensan pero no pueden reconocer en su sector.

La iniciativa del gobierno, además, va en la dirección contraria a la que se orienta el derecho a la alimentación, consagrado en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC), que lo enmarca en el derecho a un nivel de vida adecuado, no a la mera subsistencia, a la vez que reconoce el derecho de toda persona a estar protegida contra el hambre (artículo 11). El derecho a la alimentación, por tanto, es mucho más que recibir una caja de alimentos para la supervivencia, porque involucra la dignidad de cada persona en el acto de alimentarse. Para los griegos, la nutrición se elevaba al nivel de la alimentación, a diferencia de los animales, que solo se limitan a nutrirse. Esta consideración les permitía trazar una doble línea de demarcación con las bestias (que no preparan su alimento) y los dioses (que se alimentan de ambrosía). La alimentación es un acto humanizante que debe reflejarse en sus distintas dimensiones: en la calidad y cantidad de lo que se ingiere, en la forma en que se preparan los alimentos, en la manera en que éstos son obtenidos o en la forma en que se comparten en la mesa.

Las condiciones de pandemia no pueden justificar un trato despectivo de parte del Estado hacia sus ciudadanos, especialmente hacia aquellos más vulnerables. Porque paliar el hambre no puede ser realizado a cualquier costo, pues la dignidad humana no admite respuestas deshumanizantes. De no ser así, como en este caso, todo queda al arbitrio de la lógica utilitarista del bien mayor y de la justificación del uso de cualquier medio incluso para un fin loable. De no ser así, se puede terminar justificando soluciones envilecedoras, como la conocida en Brasil, donde Joao Doria -alcalde de Sao Paulo aún en ejercicio- presentó en 2017 la «Farinata», conocida como el «pellet para los pobres» por su apariencia granulada, un preparado realizado con alimentos próximos a la fecha de caducidad, aunque nutricionalmente muy completo, según dijo [5]. Frente a las numerosas críticas recibidas, Doria señaló: “¿Hábitos alimentarios? ¿Usted cree que la gente humilde, pobre, miserable, tiene hábitos alimentarios? Si consigue alimentarse, tiene que dar gracias a Dios” [6]. Frente a las numerosas críticas recibidas acá en Chile, Piñera respondió: “Puede que falten muchos productos en esta canasta, pero no sobra ninguno, porque nos hemos concentrado en los productos más esenciales para la vida de las familias chilenas”.

De esta forma, la campaña “Alimentos para Chile”, en nuestro país, o el “Plan Social Alimentos para Todos”, en Brasil, son no solo indignos en su concepción y concreción, sino también una falacia, pues tanto allá como acá se trata de “Alimentos para Pobres”, no para Chile y no para Todos, aunque utilizar una denominación como esta sería políticamente incorrecto e impopular. Mas siguen siendo, tristemente, alimentos para pobres a la altura de sus deficientes hábitos alimenticios y posibilidades.

* Referencias:

[1] https://dipol.minsal.cl/departamentos-2/nutricion-y-alimentos/

[2] https://dipol.minsal.cl/departamentos-2/nutricion-y-alimentos/nutricion/

[3] https://inta.cl/ministerio-de-salud-aprueba-nuevas-guias-alimentarias/

[4] http://observatorio.ministeriodesarrollosocial.gob.cl/indicadores/datos_pobreza_comunal.php

[5]https://www.eldesconcierto.cl/new/2017/10/19/pellet-para-pobres-la-solucion-del-alcalde-de-sao-paulo-para-acabar-con-el-hambre-en-brasil/

[6] https://www.elconfidencial.com/mundo/2017-11-21/joao-doria-politico-brasileno-pobres-pienso_1480500/

Paulina Morales Aguilera, Académica Universidad Alberto Hurtado

 

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